El culto


Corría el año 1968, mi edad oscilaba entre los 13 y 14 años. Vivíamos en el campo para ese tiempo, en una hacienda donde la actividad giraba en torno de la ganadería y el cultivo de caña. Tanto mis padres como mis hermanos y yo, habíamos sido criados en un hogar católico.
Cuando venía el corte de la caña de azúcar, hacían su arribo, corteros, tractoristas y operarios de máquinas,
para cumplir con esta labor. Entre ellos había un hermano operario de una alzadora de caña, de nombre José Olarte, quien ya durmió en el Señor. Siempre que tenía un espacio aprovechaba para visitarnos y hablarnos la bendita palabra del Señor.

En una de esas tantas visitas, me invitó por primera vez a un culto, con estas palabras: Quiero que sientas mi amigo lo que es estar en un culto, alabando y glorificando a ese Dios maravilloso del cual yo les hablo.
La hacienda donde vivíamos, estaba ubicada a escasos cuatro kilómetros de Ginebra, pueblecito vallecaucano donde pasamos parte de la niñez.
Recuerdo la primera vez, cuando accedí a una de las tantas invitaciones del hermano José, asistiendo a una de las reuniones; no puedo olvidar ese día, pues fue algo muy especial. la capillita donde se reunían los hermanos, estaba situada en la población del cerrito, distante 5 kilómetros de donde vivíamos. En el costado oriental quedaba el cementerio y por la calle del frente pasaban los remolques cañeros; la calle era destapada, de manera que en verano era solo polvo y en invierno pantano. Al paso de los vehículos las paredes de la capilla quedaban impregnadas de barro.

Esa noche que llegamos, recuerdo que estaban sonando por el altoparlante himnos de los hermanos Alvarado; entre ellos me quedaron en la memoria: Miraron un cajón y En la cruz, uno de los mas legendarios.
Días después el hermano Olarte me preguntó: como se sintió mi amigo Rubiel, la noche del culto y como vio el ambiente. Lo único que respondí fue: todo lo vi muy hermoso, los hermanos vestido de manera tan decorosa al igual que las hermanas, el amor que reflejaban; los cánticos y las palabras de quienes presidian y participaban en el culto... era algo que no podía explicar, pues sentía temor a lo desconocido y a la vez un gozo inexplicable; luego el hermano me explicó: esto es producto de la unción del Espíritu Santo que produce gozo y quebrantamiento, llevándonos a una conversión para que andemos en sus caminos haciendo su voluntad.

Mi conversión y la de mi familia, fue entre los años 1984 y 1985, y ya para 1989, recordando este testimonio, un día martes 10 de enero el Señor me inspiró estos sencillos versos alusivos a ese precioso culto: leer poema

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