Refugio en la soledad

Ella vive en una vereda llamada Lechugalito, cerca de San  Juan Ecuador y tuve la oportunidad de distinguirle cuando fuimos en compañía de unos hermanos y el pastor de San Juan, a realizar un culto en dicho lugar. María Jiménez, es una ancianita extrovertida y cariñosa; ama también la obra del Señor. De su edad no me enteré, pero creo que sobrepasa los ochenta años, que al parecer no han dejado tanta huella en su físico.

En diálogo que tuvimos, me narraba muchas experiencias vividas y al mirar un rostro tan radiante, reflejo del amor de Dios, no parece que su ser interior revelara también un ambiente de nostalgia, pues me decía que detrás de una sonrisa puede haber también alguna tristeza o sentimientos reprimidos. Ella me contaba: tengo una familia que me quiere y hermanos en la fe que son muy amorosos, pero a veces no disponen del tiempo necesario, para compartir conmigo, por causa de sus ocupaciones, por ello en medio de mi soledad, me refugio en la presencia de mi Señor. Todos necesitamos tener a alguien en quien depositar nuestra confianza y dar escape a tantos sentimientos guardados. Tener las cosas materiales o comodidad, no es todo, pues hay vacíos que solo se llenan con amor y comprensión.

Igual sucede con Clarita. Ella vive en un pueblo vallecaucano, de nuestra amada Colombia, tiene ochentaitrés años y hace dos años y medio que falleció su esposo. Antes de este acontecimiento podíamos decir que era un roble, sin embargo ese físico de contextura fuerte ha venido declinando, no solo por causa de los años, sino por la nostalgia, motivo de la ausencia de su compañero y a esto añadimos la inquietud por la soledad, ya que sus hijos viven ya de manera independiente, cada uno con su propia obligación y aunque tengan buena voluntad hacia ella, no es lo mismo que si alguien permaneciera siempre a su lado. Esta situación por un tiempo le produjo grande depresión, que a su vez hizo que enfermara a tal grado que tuvo que ser intervenida quirúrgicamente y tenerla en manos de especialistas. La atención por parte de los facultativos, le trajo mejoría en el aspecto físico. Sin embargo faltaba lo más importante y era la salud del alma…algo que le trajera fortaleza, que quitara su soledad, obviamente que lo más importante es tener al Señor, pero humanamente siempre requerimos la compañía de alguien y las cosas mejoraron cuando uno de sus hijos optó por venirse a vivir a casa de Clarita, con su esposa y sus dos hijos. ¡Bien por ello, fue una buena determinación! Hoy a esta ancianita se le ve más tranquila y porqué no decirlo, más contenta.

La Bendita Palabra del Eterno, habla acerca de los ancianos aún en la vejez y las canas, oh Dios, no me desampares, hasta que anuncie tu poder a la posteridad y tu potencia a todos los que han de venir. Salmos 71: 18.

En momentos de nuestra vida que quizá abramos nuestros ojos y no hay nadie a nuestro lado, que abramos nuestras manos y no tenemos nada, siempre habrá alguien que es nuestro REFUGIO ETERNO… se llama Jesús el Señor.

José Rubiel Pineda G.

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